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Fernando Solís & Alicia Peña |
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Febrero de 1962 (III) |
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Finales de febrero de 1962
Alicia estaba volviendo de los juzgados, era muy tarde, Fernando llevaba horas en casa con Roberto, había tenido un día horrible, caminaba estirando el cuello, estaba entumecida y soñaba con llegar a casa, ponerse cómoda y comer algo pero sobre todo con llegar a casa y abrazarles.
Esa mañana
Alicia madrugó más que otros días, el crujido de la cama fue casi imperceptible cuando se sentó para levantarse, apenas había podido dormir profundamente pero notar la mano de Fernando en la cintura hizo que se relajara. Fernando había pasado una mala noche, notaba las vueltas de Alicia, además la noche anterior había escuchado su relato sobre los dos días que estuvo detenida, tuvo que cerrar los puños y contar hasta 100 varias veces para contener su rabia.
Podía imaginársela en aquel calabozo sin ventanas, dos días haciendo sus necesidades en un cubo, las muñecas laceradas por las esposas y sospechando que estaba embarazada. Le había costado muchos meses que le contara qué había sentido y cómo había estado, él había estado muchas veces detenido, más de las que podía recordar, pero no era lo mismo...
Fernando se giró para mirarla y preguntarle a dónde iba, la respuesta de Alicia le dejó claro que madrugaba por el caso de Andrea. Siempre intentaba darle pocos detalles, y más aquella mañana; en dos horas tenía una reunión con uno de los guardias de los calabozos donde Andrea había estado detenida. Ese hombre se había exiliado hacía unos años después de comprobar en sus propias carnes que lo que impartían en esos calabozos no era justicia; a pesar de eso, sabía que a Fernando le daría rabia saber que ese hombre vivía tranquilamente mientras Andrea estaba muerta y él colaboró en sus interrogatorios. Se preparó en un tiempo récord, se puso su mejor traje porque le gustaba transmitir seguridad, sentirse bien con ella misma, su trabajo nunca había sido un simple trámite pero ese último año había hecho mella en ella, Inés tenía razón, olvidaban las experiencias de quienes tenían enfrente, se deshumanizaban para ser mejores profesionales pero eso era un error.
Fernando se levantó poco antes de que ella saliese de casa, desayunaron juntos, la miraba con suspicacia, casi intentando adivinar cómo iba el proceso de investigación. Aunque en el fondo no quería conocer detalles, a veces se sentía culpable, era Alicia la que estaba cargando con todo el peso de los detalles, la que recordaba una y otra vez todo lo que había pasado aquellos primeros meses del 51… Intentó relajar el ambiente del desayuno, Alicia no necesitaba que la agobiase con sus sentimientos respecto a ese caso, sino que la hiciese olvidarlo aunque fuese por unos minutos. Hablaron de la idea de Alicia de organizar un picnic e invitar a todos sus amigos; en París todavía se notaba el frío, pero Alicia estaba muy ilusionada, tendrían que ver cómo convencían a sus amigos… Alicia empezó a enumerar las cosas que necesitarían, Fernando se echó a reír ante la carrerilla que había tomado, Alicia se quedó mirándole mientras arrugaba la nariz.
-Claro, ahora te ríes de que quiera empezar a prepararlo ya, pero después dirás que no hago nada, que soy un desastre…
-Me encanta cuanto te picas… -arrastró la silla a su lado y la besó tiernamente- Sé que cuando te lo propones logras controlar tu desorden, pero no hace falta que lo hagas… Me encantas tal como eres.
-Vaya, cuántos piropos a primera hora de la mañana… ¿El señor Solís pretende conseguir algo?
Alicia le besó con pasión, Fernando la correspondió pero se separó besándole la nariz.
-Vas a llegar tarde…
Alicia resopló mientras le hacía cosquillas en el cuello.
-Esta me la debes, Fernando Solís…
-Esta y muchas más…
La besó casi como una promesa de todas las veces que no interrumpiría un beso, tenían todo el tiempo del mundo por delante para amarse. Alicia se acercó con cuidado a la cuna de Roberto, se había dormido hacía un rato, le besó la mano mientras le tapaba y se despedía en un susurro. Fernando la acompañó hasta la puerta, terminó de abrocharle el abrigo y le pasó el maletín.
-Que tengas un buen día… Cuando vuelvas, Roberto y yo te estaremos esperando, no lo olvides… Por duro que sea el día, al llegar a casa todo merecerá la pena porque estaremos los tres juntos.
Alicia sonrió, le dio un último beso y cerró la puerta; antes de entrar al ascensor respiró hondo, Antonio estaría con ella, esperaba que entre los dos encontrasen las fuerzas para hacer frente a esa entrevista. Fernando pasó el resto del día organizando trabajo, atendiendo a Roberto pero hasta éste parecía ese día especialmente empachoso, le tomó la temperatura, le bañó, tomó su biberón, pero seguía inquieto.
El camino al despacho se le hizo eterno, casi no había gente por la calle, era demasiado temprano, no pudo evitar pensar en los días previos al fusilamiento de Fernando. Ahora sabía que mientras ella intentaba algo por la vía diplomática, había otra persona en Madrid intentándolo de una manera más directa, más peligrosa también… Andrea había muerto por intentar liberar a Fernando, Mendoza se infiltró en su operativo y detuvo a todos los que quisieron ayudar a Fernando.
Cada vez que pensaba en ese cabrón se le revolvían las tripas; sólo le había visto una vez en su vida. Tras el fusilamiento de Fernando, Mendoza fue a su casa a interrogarles, Álvaro estaba temeroso mientras ella se encaró con aquel hombre. Aquello le costó una discusión con Álvaro, se sentía muy extraña al recordar los años que pasó con él, al recordar el final de su relación... A pesar de la discusión, ella se reafirmó en no dejarse amedrentar por aquel tipo; tuvo que parar para recuperarse del recuerdo de aquel encuentro con Mendoza. Respiró hondo y siguió su camino hasta el despacho; al entrar se dio cuenta que era la primera en llegar, empezó a encender las luces mientras habría alguna ventana para que se ventilase. Se sentó en su mesa y sacó el expediente del caso de Andrea, quería repasar todas las notas sobre el hombre con el que iban a reunirse. Al sentarse en el despacho, mientras pensaba en Mendoza y en Andrea, se imaginaba la celda dónde había estado, probablemente la misma que Fernando, todos lo describían cómo un torturador psicológico, la falta de agua, las amenazas, el sadismo de usar a la familia, a las personas importantes en tu vida. Suspiró mientras se frotaba la frente e intentaba dejar a un lado todas esas sensaciones, la mirada de Fernando cuando había salido por la puerta, con una súplica velada de que tuviera cuidado. Pensaba hacer lo posible para ayudar en la memoria de Andrea, por Fernando, por Antonio, por Mario, por justicia y, sobre todo, por Liberto, porque cada vez que le miraba a los ojos le recordaban que cómo madre nunca podría olvidar que ese niño no pudo compartir con su madre nada más que unos años de su vida.
Cuando Antonio llegó, Alicia ya se había tomado dos tilas, cada nuevo avance le costaba mucho, repasar los informes le recordaba todas las reuniones, la historia personal de cada una de las personas que les habían ayudado. Al principio no lo hubiesen creído, pero había mucha gente dispuesta a hablar con ellos; por desgracia, de momento no habían encontrado a las personas que acompañaron a Mendoza y a Andrea en el coche aquella mañana en la que la asesinó. Saludó a Antonio con dos besos, nada más verle supo que aquella noche él tampoco había podido dormir, probablemente aquella reunión era de las más importantes que habían tenido; Raúl había estado en la detención de Andrea y había sido testigo de las veces que Mendoza la torturó. Esperaban que, además, les diese algún dato sobre alguno de los hombres que les acompañaron en el coche. Alicia le ofreció un café que Antonio rechazó pidiendo una copa, estuvo tentada de servir otra para ella, pero era muy temprano. Antonio dio un trago a la copa e intentó relajarse, juntos repasaron las preguntas que le harían, cuando llamaron al timbre, ambos se sobresaltaron. Alicia hizo pasar a Raúl, le ofreció un café que no rechazó; cuando se sentó en frente de ellos dos, se puso seria y empezó a hablar con Raúl haciéndole las preguntas que necesitaban. Estaba sentada en la silla con las piernas cruzadas, pasaba las páginas con una mano mientas sostenía el cigarro con la otra, éste se consumía casi sin darle caladas. La sensación de asfixia fue dejando paso a una máxima concentración, fue cuando emergió la parte de abogada que vivía en ella dando paso a mayor objetividad, precisamente para que no se le escapara nada. No se salió ni un momento de su papel de abogada, intentó no implicarse con aquel hombre, entendía cómo había estado engañado, aunque ella no concebía que alguien pudiese formar parte del aparato represor y no enterarse de nada. La forma en la que Antonio miraba a Raúl no atisbaba nada positivo, podía ver cómo sujetaba el cigarro o la copa, en algunos momentos se planteó cuánto ejercicio de contención estaba teniendo para no empotrarlo contra la pared. Se atusó el pelo sonriendo fríamente para continuar. Antonio estaba sorprendido, en otras ocasiones Alicia también había tomado el control, pero siempre llegaba un momento en que notaba su flaqueza y él intervenía. En aquella reunión, Antonio apenas intervino, aunque sólo escuchando ya tenía suficiente para imaginarse a Andrea en manos de aquellos malnacidos. Después de despedir a Raúl, Alicia respiró hondo y se apoyó contra el respaldo de la silla, miró a Antonio, se notaba en su cara el efecto de la noche sin dormir y de aquella reunión. Se dieron cuenta que no habían sacado mucho en claro; más detalles de las torturas de Mendoza, alguna información de su vida personal que no les servía de mucho porque no podían ir contra él… Por suerte, les había dado el nombre de uno de los hombres que acompañaron en el coche a Mendoza y Andrea, sería difícil dar con él y, si seguía en España, sería todavía más difícil que quisiese colaborar con ellos. Antonio había tenido que resistir las ganas de sacar a Raúl a patadas del despacho cuando aseguró que Mendoza les había dejado claro que Andrea sólo era un inconveniente legal, estaba muerta para todos y ese sería su final. Cuando Alicia releyó esa respuesta tuvo que evitar las lágrimas que amenazaban con salir; al escucharlo de boca de Raúl no se paró a analizarlo, pero al leerlo… Se imaginó a Andrea, sola, sabiendo que nadie la buscaba en Madrid, que nadie preguntaría por ella ni intentaría rescatarla… De la rabia que sentía dio un golpe en la mesa que hizo que Antonio se sobresaltase.
-Perdona Antonio… Cuando anotaba lo que decía Raúl he mantenido las distancias, pero al leerlo ahora…
Antonio le apretó la mano, sabía exactamente cómo se sentía. La mano de Antonio le reconfortó, podía ver la mirada de alguien que lo había perdido prácticamente todo en su vida, lo único que no le habían arrebatado era a su hijo y su dignidad, eso le dio fuerzas para respirar hondo y seguir. Pensó muchas veces en Inés, estaba segura que podría ayudarle en ese caso, en el fondo se acordaba de ella en cada caso, como abogada y como amiga.
-No pasa nada Alicia, entiendo que esto no es fácil… Quizás nunca debí ponerte en esta situación, quizás debí buscar a otra persona…
-De eso nada, por duro que sea, necesito hacerlo. Ahora tengo que irme, tengo una reunión con una mujer maltratada, su caso se ha complicado…
-Claro, espero que el caso de Andrea no te quite tiempo…
-Eso es lo de menos.
Alicia recogió sus cosas mientras Antonio la esperaba para bajar juntos, se despidieron en el portal con un abrazo que transmitía la rabia y el cansancio, todos habían perdido a tanta gente en el camino que ese apoyo mutuo lo veía cada vez más necesario. Tuvo que coger un taxi para ir a casa de los padres de Claire, ella seguía viviendo allí, aunque temía que tarde o temprano sus padres la convenciesen de volver con su marido. En el taxi sacó un espejo para comprobar cómo se veía, esos gestos de aparente frivolidad le daban seguridad. Intentó relajarse pensando en Roberto, los últimos días se había perdido muchos momentos con él, le gustaba mucho su trabajo, saber que ayudaba a los demás; pero no soportaba tener cada vez menos tiempo para disfrutar de su hijo. Al llegar, los padres la hicieron pasar al salón, ofrecieron un café y no lo rechazó, necesitaba cafeína para seguir despierta. Les trató de forma fría, representaban ese mundo de apariencias en el que ella misma tuvo que permanecer, primero en casa de sus tíos y después en casa del que fue su marido. Cuando Claire apareció delante de ella, su primera reacción fue querer darle un fuerte abrazo pero no quería agobiarla, seguía teniendo moratones en la cara de la última paliza, se sentó junto a Alicia y ella la cogió de las manos. Estuvieron más de una hora hablando, Alicia le informó de las posibilidades que tenía, de lo que podrían conseguir si no retiraba la denuncia. Además, hizo que sus padres escuchasen a Claire hablar de los malos tratos, hablar de cómo se sentía cada vez que su marido le ponía la mano encima. Le dolió tener que recurrir a eso, Claire lo había relatado muchas veces y cada vez que se acordaba lo pasaba mal; pero sabía que era la única forma de que sus padres dejasen de presionarla. Verla llena de moratones no parecía suficiente para ellos que creían que el deber de una mujer era permanecer con su marido; Alicia vio cómo la expresión de los padres fue cambiando mientras Claire les relataba algunos de los momentos más duros. La tensión de los momentos iniciales fue dando paso a la rabia, la tristeza, veía los puños apretados del padre de Claire, la mirada baja de su madre pero, sobre todo, la fortaleza de una mujer cuyo único delito había sido estar con la persona equivocada y eso no era un delito, era víctima de un salvaje.
Cuando salió de aquella casa ya eran más de las dos de la tarde, al llegar al portal tuvo que apoyarse, se sentía algo mareada por las tensiones vividas, una lágrima se le escapó por todas esas emociones. Estaba llevando a la vez los dos casos más complicados y en los que más se implicaba emocionalmente, eso la agotaba. Aún tenía que ir a los juzgados, entró a una cafetería, le reconfortó, se quitó el abrigo, pregunto por el teléfono público y llamó a casa; al escuchar la voz de Fernando sonrió, cerró los ojos imaginándosele en el sofá sentado, con la cuna al lado. Hablaron durante unos minutos, Alicia se tranquilizó, le contó que todavía tenía que pasar por los juzgados, Fernando le recordó que tenía que comer algo, ella se echó a reír, ni se le había pasado por la cabeza la comida. Escuchar a Fernando mientras enrollaba el cable del teléfono y sorteaba los ruidos de la cafetería fue lo que le dio fuerzas para continuar ese día. Al colgar pidió unos brioches para llevar y se los fue comiendo de camino a los juzgados. Comenzó a llover pero no aligeró su paso, dejó que las gotas cayeran por su pelo y su rostro cómo si de una purificación se tratase. Estuvo tentada de pasar por casa antes de ir a los juzgados, pero sabía que le costaría volver a salir y realmente tenía que ir a los juzgados, Grace llevaba casi toda la mañana allí intentando conseguir que adelantasen la vista en el caso de Claire. Para Alicia, lo peor de su trabajo era, precisamente, la espera; cuando ya tenía la defensa preparada, le desesperaba tener que esperar una fecha. Al llegar vio a Grace a la entrada fumando un cigarro; Grace la recibió con una sonrisa, era consciente que parecía un pollito mojado, por suerte el abrigo cubría su traje y al quitárselo estaba un poco más presentable. Saboreó rápidamente el cigarro que Grace le ofreció, le contó cómo había visto a Claire y la reacción de sus padres, y se dispuso a entrar en los Juzgados mientras se despedía de ella, que debía volver al despacho. Conocía aquel edifico como la palma de su mano, saludó al funcionario de la entrada, ya se conocían y a veces hasta hablaban animadamente mientras Alicia esperaba. Estaba acostumbrada a la burocracia aunque seguía desesperándola pero reconocía mayor agilidad que en España. Aquella mañana prefirió subir directamente, le informaron que tendría que esperar, fue revisando la documentación, tenía que presentar un recurso para otro caso además de seguir insistiendo con el cambio de fecha para la vista de Claire. Escuchar una conversación entre dos españoles le hizo recordar a sus amigos, lo mucho que había disfrutado con Fernando realizando las compras, incluso se sintió culpable por haberse preocupado tan poco por los hijos de Manolita y Marcelino, sonrió pensando si Marce conseguiría que fuera un jugador de primera división, seguro que sí. Sintió la necesidad de escribir a Marce; hacía unos días les habían comprado una estatuilla de la Torre Eiffel, no era muy original pero estaba segura que a ellos les haría ilusión. Además, para Pelayo habían comprado una postal de la liberación de París, sabía que eso le encantaría aunque tuviese que guardarla bien para que nadie la encontrase. Para Marisol y Manolín, Fernando les había hecho dos gorritos para el invierno, a Alicia le hubiese gustado hacerlos ella, pero ni tenía tiempo ni, mucho menos, paciencia. A Luisa le compró un guardapelo parecido al suyo, quería que pudiese llevar en él la foto de sus padres; sabía que Manolita le iba a contar su origen en cuanto tuviese edad para comprenderlo. Fernando eligió el regalo para Leonor, sabía que quería ser escritora así que escogió una pluma que esperaba que le gustase. Para María y Lola eligieron juntos un pañuelo para cada una, era del regalo que menos seguros estaban, casi no las conocían ni por referencia de sus padres. Empezó a escribir apoyándose en el maletín, y casi sintiéndose en el Asturiano.
Querido Marce
Muchas gracias por el regalo para Roberto, nos ha hecho muchísima ilusión, os aseguro que nuestro hijo os va a conocer porque no vamos a dejar de hablarle de vosotros, incluso tenemos un álbum de fotos para él con algunas vuestras. Por aquí estamos muy bien, yo tengo mucho lío en el trabajo, estoy llevando algunos casos complicados… De hecho, me gustaría hablaros de uno de ellos, pero vosotros seguís allí, tenéis que tener cuidado con lo que sabéis y con lo que habláis así que es mejor que no sepáis nada. Os mandamos un detalle para cada uno, esperamos haber acertado. La verdad, a mí me gustaría dároslo en persona, quizás por eso no pensé en mandar nada por navidad. Me encantaría ver vuestra cara cuando lo veáis, daros un abrazo junto con el regalo… Os echamos mucho de menos y nos acordamos siempre de vosotros.
Antonio os manda un fuerte abrazo, seguimos en contacto con él, se ha convertido en un gran amigo, ojalá algún día no muy lejano podamos volver todos.
Un beso muy grande, en París siempre tendréis unos amigos que no os olvidan.
Alicia Peña
La carta la escribió en pocos minutos, últimamente escribía casi tan rápido cómo hablaba, dobló la cuartilla y la guardó en el maletín cuando se dio cuenta que la habían llamado. La sala le produjo una sensación de ahogo por la temperatura tan alta de la calefacción, por suerte eso había sido beneficioso y ya tenía el pelo seco estando algo más decente.
Fernando estaba preparando algo de comer para Alicia, estaba seguro que apenas habría probado bocado, ya era tarde, seguro que ella le decía que esperaba para la cena, pero no podía pasarse todo el día sin comer. Roberto había pasado el día muy intranquilo, hacía un momento había conseguido dormirle. Fernando pelaba las patatas con la radio de fondo, tuvo que parar varias veces porque los pensamientos le producían constantes despistes. Estaba algo intranquilo al no saber nada de Alicia desde hacía horas, torció el gesto pensando si no estaría involucrándose en casos demasiados personales. Mientras se cuajaba la tortilla de patata, una noticia sobre el Gobierno le llevó a recordar la situación tan delicada que había provocado su artículo.
Al llegar a la redacción todos le felicitaron, incluso personas con las que sólo había cruzado dos palabras. No se sentía bien con tanto halago, pero al comprar la revista en el quiosco y ver su artículo en portada sólo podía pensar en lo necesario que era que alguien contase la realidad. Durante la mañana recibió numerosas llamadas de periódicos de tirada local e incluso de tirada nacional; las felicitaciones se mezclaban con las propuestas de colaboración. A todos les decía lo mismo, tendría que conocer bien el proyecto que le ofrecían; empezaba a agobiarse con tanta atención hacia él en vez de centrarse en el contenido, que era lo importante. Pero recibió una llamada que le impactó, la madre de una de las víctimas llamó para felicitarle por el artículo y darle las gracias, tuvo que sentarse para poder hablar con ella, apenas contestaba con monosílabos. Reaccionó cuando pensó que aquella mujer debía estar pensando que no mostraba interés por ella; estuvieron hablando unos minutos de la situación, del gobierno, y del hijo de aquella mujer. Cuando colgó, tuvo que tragar saliva, sólo por la reacción de aquella mujer, había merecido la pena publicar el artículo. A mediodía recibió una llamada muy distinta, habían cursado una denuncia contra él por su mención de Papon en el artículo, despachó la llamada con toda la chulería de la que fue capaz. Iban listos si pensaban que iba a mostrar el miedo que tenía; Antoine le llamó al despacho, hizo algunas llamadas y a la media hora había conseguido que la denuncia no le afectase a él. Le dio las gracias y salió del despacho entre aliviado y asqueado con la situación; escribir un artículo podía traerle consecuencias… ¿Y Francia era democrática? Tuvo que tomarse una copa con Pierre para calmarse. Se había sentido bastante incómodo ante las felicitaciones pero ese estado cambió bruscamente cuando recibió la noticia de la denuncia, por primera vez desde que llegó a París, sintió miedo. Un miedo que no dejó que le atenazase hasta que estuvo sólo en el despacho, ya no daba igual si le detenían o no, si sufría presiones o no las sufría, a su lado estaban Alicia y Roberto. Tragó saliva mientras se servía una copa, se pasó las manos repetidamente por el pelo, sabía que denunciar el maltrato policial y los abusos de poder era justo pero no quería que fuera Alicia quién tuviera que llamar por teléfono a nadie para agradecerle ningún artículo, ningún homenaje…
Cerró los ojos regresando al presente, se asomó a la ventana para contemplar cómo París iba perdiendo su luz natural para dar paso a la iluminación majestuosa que reinaba por las noches. Se quedó mirando el reloj pensando que Alicia estaba tardando, no podía pensar en otra cosa que abrazarla. Oyó el teléfono, tragó saliva pensando en Alicia, con grandes zancadas entró en el salón y lo cogió, la tardanza de Alicia le estaba preocupando. Oyó a un animado Pierre, llamaba para informarle de una noticia de última hora que llegaba desde Madrid, se había acordado de ellos al saber que era de Madrid y que, posiblemente, sería una buena noticia. Fernando le preguntó intrigado, él le dijo que habían cesado al secretario de Estado y lo habían desterrado a Guinea, cuando le escuchó tuvo que sentarse, preguntó sorprendido si habían cesado a Martín Angulo. Pierre le respondió diciéndole que sí, se quedó extrañado porque notó el cambio en el tono de Fernando quien le pidió que le contase todo.
-¡Que se joda! Hijo de puta, bastante poco castigo ha recibido…
Ya había colgado cuando reaccionó a la noticia, por un momento volvió a sentir rabia por aquel cabrón, pero ahora estaba donde se merecía. Deseó que Alicia llegase cuanto antes, no era su venganza, pero al menos estaba desterrado y sin ningún poder para volver a dañar a nadie.
No tardó nada en presentar el recurso, otra cosa era lo que tardasen en dar una respuesta; con el caso de Claire lo tuvo más difícil. Tuvo que explicarles a cinco personas distintas la necesidad de adelantar su vista, el miedo de Claire y la presión que sentía para retirar la denuncia. Era la quinta vez que repetía sus argumentos, aun así, lo hacía con la misma vehemencia, como si su discurso fuese improvisado en ese momento. Por suerte, la mujer que la escuchaba parecía empatizar con el caso; no le prometió nada pero al menos había conseguido que se levantase de su silla para intentar conseguir el permiso. Mientras esperaba, tuvo que resistir las ganas de encender un cigarro, odiaba las esperas y eso no iba a cambiar. Sin previo aviso, se le vino a la mente un caso que había llevado poco después de acabar la carrera, apenas tenía experiencia, una mujer se presentó en su casa, en aquellos momentos ni siquiera disponía de despacho. Aquella mujer estuvo buscando una mujer abogado, pronto llegó hasta ella, no había muchas mujeres ejerciendo la abogacía. Cuando le contó por qué quería ayuda, entendió que buscase una mujer; su marido le daba palizas muy a menudo, tenían tres hijos, dos de ellos concebidos cuando era forzada por su marido, siempre que había querido poner distancia, nadie la había ayudado. Alicia la apoyó, la escuchó e intentó darle ánimos, pero sabía que no podía hacer nada más; cuando se lo dijo, ella se había echado a llorar. Aquella visita le había afectado mucho en su momento, pasó semanas sin poder quitársela de la cabeza y replanteándose si servía de algo su lucha. Volvió al presente cuando vio regresar a la mujer, inspeccionó su cara pero era aséptica, no delataba nada ni para bien ni para mal. Tardó en decirle algo mientras buscaba unos papeles, Alicia estuvo tentada de ponerse a gritar, pero sabía que eso no ayudaría en nada; ya había enseñado las uñas varias veces esa tarde, se le habían escapado un par de insultos en español y, por si fuera poco, un zapato había perdido la tapa. Cuando por fin habló, Alicia respiró tranquila, cogió una hoja que debía rellenar para adelantar la vista, no tardó ni un minuto, se la dio a la mujer y ella puso la etiqueta de urgente, Alicia sonrió complacida mientras se tomaba su tiempo para despedirse de aquella mujer.
Al salir a la calle, se dio cuenta que había pasado mucho tiempo dentro de los juzgados, la ligera lluvia del momento en que entró, en ese momento era una lluvia insistente. Entró a llamar un taxi, tuvo que esperar unos diez minutos en los que aprovechó para fumarse un cigarro con el funcionario de la entrada. Mientras esperaba al taxi pensó en lo difícil que eran esos días cuando no estaba Fernando en su vida, el infierno de llegar a casa y sentirse profundamente sola, no poder compartir su rabia, alegría o frustración. La soledad que sintió durante los últimos años le pasó factura, sonrió pensando en lo lejano que parecía todo aquello, en ese momento no podía ni imaginarse volver a casa y no tener con ella a Roberto y Fernando. Suspiró pensando que por lo menos regresaba a casa con la sensación de mayor amparo legal de la mujer frente a la situación en España algo era más que nada. Se volvió a mojar el pelo al ir hasta el taxi, al entrar se acomodó respirando hondo, el día de trabajo había terminado, necesitaba estar en casa, con Fernando, con su hijo… Abrió su cartera, llevaba en ella una foto de los tres, ya tenían varios álbumes completos, también en eso había cambiado. En Madrid sólo tenía fotos del pasado, una foto suya de cuando vivía en París, una foto de la excursión que habían hecho Fernando y ella con su prima y su tío; una foto de su madre y su tía cuando eran jóvenes… Desde que se casó con Álvaro no tuvo ilusión por tener fotos suyas recientes; sólo del pasado, un pasado que en aquel momento echaba de menos. Pagó al taxista y guardó la cartera mientras recogía el maletín para salir del taxi; se entretuvo resguardada en la puerta del portal para encontrar las llaves. Cada vez sus bolsos eran más grandes, llevaba tantas cosas… El problema era cuando necesitaba encontrar algo con rapidez; por suerte, el portero la vio y no tardó nada en abrirla. Le saludó mientras llamaba al ascensor, tuvo que llamar al timbre de casa, Fernando se limpió las manos en el trapo antes de salir de la cocina para abrir. Antes de que Fernando abriese la puerta de casa, ya podía oler a comida, escuchaba los gorgojeos de Roberto y sintió que había llegado a su refugio por fin. En cuanto la vio, la abrazó, estuvieron unos minutos abrazados en la puerta, sin importar nada más. Cuando reaccionó la quitó el abrigo y el maletín, que posó en una silla, e hizo que se sentase en el sofá. Fernando posó a Roberto en sus brazos, Alicia cerró los ojos y respiró su olor, por duro que fuese el día, sentirles con ella podía con todo, le daba sentido a todo. La sensación de estar en casa fue maravillosa, se dejó mimar por Fernando, Roberto le emocionó con sus risas, era cómo si se hubiera parado el mundo, todo lo desagradable, todas las injusticias, todo lo feo que había fuera, quedaba en la puerta de la calle.
-Alicia, si quieres te preparo un baño, pero creo que antes deberías comer algo… ¿No has comido verdad?
-Bueno… -titubeó, pero no tenía sentido mentirle, la conocía demasiado bien- He comido unos brioches de camino a los juzgados… Tengo hambre…
Lo dijo casi con vergüenza, Fernando se rio suavemente, la besó y fue a la cocina a por la tortilla, se dio cuenta que Alicia tenía realmente hambre, suspiró preocupado porque desde que había empezado a trabajar estaba mucho más delgada y ojerosa, movió la cabeza y se sintió culpable por no haber cuadrado el día para acercarle algo de comer. Se sentó a su lado mirándola a los dos.
-Ya estás en casa –le acarició el pelo- sólo importa que estamos juntos.
Cogió al niño para que Alicia pudiese comer, ella se quedó con ganas de sentir a su hijo, se acercó a él y le besó la nariz, sólo verle la hacía sonreír.
-No te preocupes, en cuanto comas algo podrás cogerle… -se incorporó para que Alicia tuviese más cerca a Roberto- Y después de que tú comas podrás amamantarle, yo creo que hoy te ha echado de menos más que nunca…
Alicia sonrió mientras probaba la tortilla, no dejó de mirarles a los dos, empezaba a echar de menos pasar los días con ellos, sin muchas más preocupaciones que disfrutar del tiempo. Fernando no dejaba de acercarle a Roberto, al final acabó comiendo casi con Roberto en sus brazos aunque sujetado por Fernando. Disfrutó mirándola y viendo cómo recobraba el color en las mejillas, ese lazo invisible que se percibía entre madre e hijo. Intentaron no hablar de trabajo, era un pacto tácito pero esos días preferían disfrutar de aquello que habían construido.
-Alicia… Hay algo que tengo que contarte, no quiero que recuerdes nada, y menos hoy pero…
-No le des más vueltas ¿ha pasado algo?
-Sí, pero nada malo –había notado la angustia en su voz, acomodó a Roberto y, con la mano libre, acarició la mejilla de Alicia- Pierre llamó hace un rato, había una noticia de última hora desde Madrid… Han cesado a Martín Angulo, lo han desterrado a Guinea nombrándole Consejero de justicia.
-¿Cómo? Es imposible, si era imparable…
Alicia cogió su copa y dio un largo trago, Fernando le cogió la mano haciendo que le mirase.
-La razón oficial es que es un reconocimiento a su labor pero… Abusó de una detenida pero no sabía del alcance de esa violación; era hija de un familiar de Franco o algo parecido…
-Claro, por eso ha habido justicia, se equivocó de víctima… -Fernando tragó saliva, se levantó a dejar a Roberto en la cuna y la abrazó- Cuántas más habrán pasado por algo parecido sin que haya tenido consecuencias para ese cerdo…
-Alicia… No quería que recordases nada, que pensases en el pasado, ese cabrón se merece lo que le ha pasado, pero se lo merecía hace tiempo, hace años... De hecho, para mi sigue siendo poco, debería pudrirse en el infierno, pero al menos ahora está desterrado, ninguneado, tratado como lo que es.
-Me hubiese encantado verle la cara cuando se enteró –Alicia sonrió altivamente casi imaginando la mirada que le hubiese dedicado a Martín en ese momento- verle humillado, defenestrado por los mismos que antes le daban palmaditas en la espalda…
Fernando apretó su mano, él hubiese deseado que muriese lentamente, sintiendo todo el dolor que había hecho pasar a sus víctimas, pero entendía la reacción de Alicia, ella nunca le quiso muerto, para ella era más importante verle humillado, arrastrado.
-Ese cerdo está donde se merece, un justo final para un ser tan despreciable… -tomó otro trago todavía pensando en él, Fernando la miraba preocupado- Pero dejemos de hablar de él, no se merece ni un segundo de nuestro tiempo, le han mandado a la mierda y allí es donde debe quedarse, sin amargar a nadie más la vida.
Vio cómo Alicia daba otro trago a la copa y se recostaba en el sofá ya con otra mirada, cogió a Roberto de la cuna y le puso sobre ella besándola el pelo y sonriendo. Recogió el plato para llevarlo a la cocina, cerró la ventana cuando notó el frío al entrar a la cocina; al regresar al salón acompañó a Alicia a la mecedora, puso la radio un poco alta para que la escuchase desde la habitación. Les miró durante un minuto, era el momento que más echaba de menos, ver a Alicia y Roberto unidos, tranquilos, felices… No podía pedir más. Fue al baño, encendió la calefacción mientras abría el grifo para llenar la bañera, echó las sales al agua, estaba seguro que Alicia las necesitaba más que nunca. Controló la temperatura del agua casi como si la estuviese preparando para su hijo, cuando llegó a la habitación, se quedó en la puerta, estaban los dos dormidos. Dudó si debía despertarla pero al minuto comprobó que estaba equivocado, Alicia abrió los ojos al sentir que estaba allí.
-No estaba dormida… Y no quiero dormir todavía; necesito estar con los dos…
Fernando sonrió mientras cogía a Roberto y le metía a la cuna arropándole,
-Tenía tantas ganas de que llegases… Sólo podía mirar el reloj y pensar en lo que quedaba para que estuvieses aquí…
Alicia se dio cuenta, mientras Fernando acostaba a Roberto, que no se había girado para hacerle su confesión, su voz denotaba unas notas de angustia, quizás incluso algo de miedo, conocía a Fernando casi más por lo que callaba que por lo que decía. Intentó transmitirle, a través de su abrazo, que estaba allí y no pensaba marcharse, que olvidase todos los fantasmas invisibles con los que convivía desde hacía tantos años.
Le acarició el pelo respirando su olor, le daba fuerzas saber que estaba ahí para ella, que por duro que fuese su trabajo, siempre tendría una persona que le haría olvidar todo lo que le preocupaba.
-Yo sólo pensaba en abrazaros a los dos… Ha sido una locura de día, pero por suerte ya ha pasado y estoy en casa…
Alicia empezó a besarle, por un momento se olvidaron del baño, Fernando intentó incorporarse pero Alicia seguía besándole.
-Alicia… El baño está listo hace un rato ya…
Antes de levantarse volvió a besarle, Fernando la siguió al baño, dejó las puertas abiertas para estar atentos al niño. Alicia se desnudó despacio, tenía el cuerpo entumecido, realmente necesitaba aquel baño. Se metió en la bañera mientras Fernando recogía la ropa que ella había dejado tirada; cuando Fernando regresó, le salpicó para que él también se metiese a la bañera.
-Venga, sólo un rato…
Fernando dudó antes de empezar a desnudarse, esa noche parecía tan frágil, sin embargo estar abrazados en la bañera supuso un momento de paz, se metió en la bañera apoyando su espalda y haciendo que Alicia se apoyase en él. Empezó a acariciarle el pelo, en unos minutos, Alicia estaba dormida; Fernando cerró los ojos respirando profundo, aquel día había sido muy duro para ella, pero él no lo había pasado mejor en casa esperándola. A veces el miedo podía con él, eran incapaces de no implicarse, y en los tiempos que corrían seguía siendo peligroso. Esperó unos minutos para despertarla, sabía que Alicia necesitaba un descanso, pero el agua empezaba a enfriarse y podía coger frío. La despertó con un suave beso, Alicia tardó unos segundos en recordar dónde estaba, pero una vez que recordó, empezó a besarle. Fernando se echó a reír mientras se incorporaba.
-Te has despertado con energía… -la ayudó a salir- Si sigues en el agua te resfriarás…
Alicia se abrazó a él, Fernando cogió la toalla como pudo, llegaron a la habitación, Alicia se echó aún mojada en la cama, Fernando empezó a secarla pero a ella no le preocupaba. El contraste de temperatura del baño con la habitación hizo que Alicia se estremeciese, a pesar de la calefacción el frío comenzaba a notarse con fuerza, Fernando la abrazó, frotando sus brazos desde los hombros hasta las manos para que entrase en calor. Empezó a besarle hasta que consiguió que dejase la toalla en una esquina, sólo necesitaba sentirle a él; Fernando abrió la cama haciendo que se metiese dentro, se metió con ella y empezó a besarla despacio, recorriendo cada parte de su cuerpo intentando que no quedase rastro del frío del agua. Ninguno de los dos podía explicar qué había sido diferente, pero hicieron el amor con la misma desesperación de antaño.
Fernando tenía los ojos cerrados, no estaba dormido, aunque Alicia creía que sí, se apoyó en él, le dio un beso en el pecho.
-Te amo Fernando… -hablaba en susurros para no despertarle- Nunca me habría perdonado no luchar por nuestra relación, por nuestro amor, por nuestra familia… No podría imaginarme mi vida sin vosotros, te amo…
-Yo también te amo Alicia –se sobresaltó al oír su voz pero al momento sonrió mirándole- gracias por hacer posible esta vida, por luchar por nosotros… Por dejarme estar en vuestra vida. Todo tiene sentido si estamos juntos; te amo.
La besó una vez más, Alicia se durmió mientras Fernando colocaba la manta y la colcha, con el peso de su brazo debajo de su cuello y el pelo, aún mojado, contra su frente. Cuando comprobó que estaba dormida, fumó un cigarro con la única luz del exterior, esa noche estaba despejado y la luna casi llena, unida al reflejo de las farolas acompañaban sus pensamientos. Se levantó a mover la cuna, al volver a entrar a la cama se abrazó a Alicia sintiendo su cuerpo.
-Descansa Alicia…
Besó la frente de una Alicia profundamente dormida, cerró los ojos todavía sin dormirse; aunque no se lo había reconocido ni a sí mismo, había pasado miedo al ver que pasaban las horas y ella no regresaba. Aquella noche no durmió, se relajó abrazado a Alicia y estuvo atento a su hijo para darle el biberón antes de que Alicia se despertase.
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**Capítulo escrito por Iles y Noa, sin una de las dos partes, el relato no quedaría igual porque le faltaría parte de la escencia de los personajes!! |
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