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Octubre de 1961 (II)

Mediados de octubre de 1961

Alicia llegó a casa cargada con su maletín en una mano y con la otra en forma de protección de su barriga, el niño –seguía estando segura que iba a ser un niño- llevaba unos días muy inquieto, apenas había podido dormir, estaba acostumbrada a dormir boca abajo y dormir de lado le costaba demasiado, ni siquiera la leche caliente con galletas que Fernando le llevó de madrugada pudo relajarla. A pesar de eso tenía la mejor de sus sonrisas. Dejó el maletín en la sala mientras se quitaba el abrigo, miró el reloj pero sabía que era muy temprano para que Fernando hubiese llegado ya. Se sentó en el sofá y se quitó los zapatos frotando uno con otro, tendría que recogerlos Fernando porque cada día le costaba más agacharse. Cerró los ojos pero se dio cuenta que estaba a punto de dormirse, alargó el brazo a la mesa auxiliar y decidió ponerse a escribir, antes abrió el bolso y sacó la caja que había recogido en el relojero, al darle la vuelta y ver la inscripción no pudo evitar derramar una lágrima de emoción... Cerró el estuche y guardó la caja en el rincón de un armario, con suerte Fernando no la descubriría. Sacó la segunda cajita, más pequeña, la abrió, contempló el contenido emocionada y la guardó en el bolso; hoy usaría esa caja pequeña, le parecía más original. Comenzó a escribir la carta a Inés, a pesar de haber hecho grandes amigos desde que llegaron a París, la vinculación con ésta pareciese que cada día se hacía más sólida, sabía que el lazo que formaron en los últimos meses en España estaba por encima del tiempo y la distancia.

Mi querida Inés
Espero que por Barcelona todo esté bien, ¿cómo llevas el embarazo? Los primeros meses son los peores en cuanto a mareos y náuseas, pero pronto pasarán. Piensa que en unos meses tendrás a tu hijo en brazos; me encantaría que nuestros hijos fuesen amigos, que creciesen juntos…
Tengo que darte una noticia, voy a casarme con Fernando. Bueno, Fernando todavía no lo sabe, se lo pediré esta noche, pero no creo que me diga que no… Es muy poco convencional, lo sé, ¡aunque creo que mi vida nunca ha sido convencional! Desde que hemos llegado soy la mujer más feliz del mundo, Fernando no deja de sorprenderme día a día; incluso ha hecho él mismo la cuna para nuestro hijo. Quiero ser yo la que le pida que nos casemos; además, hace un par de días me llegó la notificación de la anulación de mi matrimonio con Álvaro, no se lo he dicho todavía a Fernando, estoy segura que se adelantaría a mi proposición así que se lo diré todo a la vez. Sigo pensando que no necesito estar casada con Fernando para sentirme unida a él, de hecho no creo ni en la unión, simplemente somos uno… Solo es un paso más, contárselo al mundo entero, que somos uno, que estamos enamorados.
No he pensado cuándo será, no sé qué pensará Fernando, pero a mí me gustaría que fuese cuando ya haya nacido nuestro hijo, ¡no quiero casarme con este tripón! Tendrías que verme Inés… No me vale nada, cada vez me cuesta más andar, se me hinchan los tobillos… Fernando dice que nunca he estado tan guapa, pero yo creo que es imposible estar guapa cuando no puedo ni moverme. De todas formas, pasaría mil veces por meses así con tal de tener a nuestro hijo en brazos, tengo muchísimas ganas de que nazca, supongo que tú me entenderás mejor que nadie. Cuando sepa algo más sobre la boda, te escribo, me encantaría que estuvieseis aquí Macarena, Mauro y tú y, si ya ha nacido, vuestro hijo. No será por la iglesia, claro, ni puedo ni quiero hacerlo por la iglesia, será algo sencillo, rápido, estoy segura que Fernando tampoco querrá nada pomposo.
Un beso muy fuerte, amiga, recuerda que aquí tenéis vuestra casa cuando queráis.
Alicia Peña

Fernando iba caminando con paso ligero a casa, tenía muchas ganas de llegar, a pesar del día soleado el frío se metía en los huesos. Pasó por un puesto de fruta y compró manzanas, frotó una en la manga y siguió el camino comiéndosela; el barrio estaba en su momento más álgido, los niños que regresaban a sus casas, el sonido de los coches, las bicicletas que le adelantaban por la calle. Al llegar al portal encendió un cigarro y mientras fumaba pensaba que Alicia llevaba unos días un tanto esquiva, tenía la sensación que se traía algo entre manos.
Fernando abrió la puerta de forma contundente, la humedad había hecho que la madera impidiese que se abriese bien, estaba tan concentrado que se sobresaltó al oír a Alicia. Ella estaba terminando de firmar cuando notó la presencia de Fernando, no había escuchado la puerta, ni siquiera los pasos, sin embargo esa corriente de olor a tabaco, jabón y su propio olor le anunciaba que ya estaba en casa. Fernando se acercó por detrás en el sofá y le besó el cuello. Alicia le observaba mientras iba recogiendo todo lo que ella había dejado por el medio mientras él le relataba su día, sin darse cuenta había dejado la cuartilla y la pluma en la mesa y tenía agarrado el bolso...
-Eh… ¡Fernando! –se quedó paralizado por el grito de Alicia- ¿Podrías traerme un té calentito? Estoy destemplada y me vendría bien…
Dejó el bolso encima de la mesa, se acercó a ella, le puso la mano en la frente y le dio un dulce beso.
-Por supuesto, no tardo nada.
Alicia se sintió culpable por haber utilizado su embarazo, su malestar, para que no la descubriese. Se levantó con cuidado, dobló y guardó la carta en el sobre y lo metió en el bolso. Guardó la cajita en uno de los bolsillos ocultos, posó el bolso encima de la mesa tal y como lo había dejado Fernando, y volvió a sentarse en el sofá a la espera de que volviese con el té. Sabía que su actitud la estaba delatando, por suerte, muy pronto le daría la sorpresa. Se dio cuenta que parecía una chiquilla traviesa escondiendo las cosas. Fernando, ya en la cocina, sacó la tetera y puso el agua a hervir, apoyó una mano en la encimera y se frotó la nuca pensando, de nuevo, en la actitud de Alicia, los folios que había visto de refilón. El pitido de la tetera con el agua hirviendo le hizo regresar al momento actual y preparó la bandeja.
No tardó en aparecer con una bandeja, dos tazas, en una café negro y en otra té, y unos cruasanes. Inmediatamente empezó a recoger los zapatos y las cosas que había dejado por el medio.
-Deberíamos comer antes, ya es casi la hora…
Tomó el café de un trago, mordió un cruasán y se levantó.
-Voy a preparar la comida, disfruta del té y relájate.
-Espera Fernando, esta tarde podríamos pasarla fuera, sería buena idea ¿no?
-¿Fuera? –la miró con suspicacia- ¿No acabas de decir que estabas destemplada? No creo que sea el mejor día para pasear por la ciudad ¿no?
-Ummm… Interesante táctica la de responder con una pregunta… ¿Eso quiere decir que el señor Solís no quiere que le vean en público conmigo?
-Sabes que no es así –sabía que no lo decía en serio, pero él sí se puso serio- no quiero que lo pienses ni por un momento…
-Fernando… ¡Solo bromeaba!
-Lo sé, Alicia, pero quería que lo tuvieras claro… Para mi estás ahora más guapa que nunca –le acarició la mejilla-, incluso que cuando te conocí con 18 años…
Alicia sonrió, sabía que lo decía en serio, le besó pero tenía que seguir insistiendo.
-Bueno, pero entonces ¿salimos? Me apetece ver bullicio, ver la vida y alegría de las calles de París…
-Está bien, pero te abrigarás hasta las orejas, ¡y esto sí que no es broma!
Le besó en la nariz, puso música bajita y fue a la cocina a preparar la comida, Alicia se sentía satisfecha, la primera parte del plan estaba funcionando. Cogió el plato de los cruasanes, dejó solo uno, lo puso a su lado en el sofá y se recostó con el té en las manos. Mientras la música iba sonando, recordó el momento en el que en el piso franco ella había hecho planes para cuando estuviesen juntos en París… Quedaba muy lejos todo aquello, habían pasado tantas cosas… Por eso no quiso ilusionarse cuando Fernando le hablaba de sueños, de estar con ella, preparar el desayuno… Ella ya se había ilusionado en el pasado, había hecho planes, había querido que pasase. Pero la realidad se antepuso a esos sueños, y le costó muchísimo superarlo; en realidad, creía que nunca lo había superado, solo lo había arrinconado en un lugar oculto de su corazón, ocupando un espacio muy importante pero que solo dejaba salir de vez en cuando. La felicidad que sentía ahora le parecía casi increíble, un sueño hecho realidad. Al pensar en su plan, recordó que en el piso franco ya se sentía casada con Fernando, seguramente él no, nunca pudo relajarse del todo, era mucho más realista y no quería arrastrarla a un futuro incierto. Pero ella sí lo sintió, sintió que ese piso era su hogar, que su felicidad estaba ahí, con él, con su amor…

Habían tardado, pero por fin habían logrado su felicidad; ambos habían pasado por momentos muy duros, Fernando y su recuperación después del fusilamiento, ella y la violación de Angulo… Pero juntos lo habían superado, todo había quedado atrás y lo más importante era que estaban juntos y esperando un hijo. Posó la taza en la bandeja, cogió un cojín, apoyó la cabeza en él y se quedó dormida, como no descansaba bien, en cuanto se relajaba un poco se quedaba traspuesta.
Fernando se remangó el jersey y comenzó a cocinar intentando no mancharse, escuchó sonidos a través de la ventana y se dio cuenta que eran los niños del edificio jugando a la pelota que estaban siendo regañados por la vecina del bajo, sonrió pensando que terminarían por romper algo a la vez que sonaba el sonido de un cristal amenizado por los gritos más potentes de la vecina, ¡buena puntería, pensó!
Mientras regresaba al salón, comenzó a contarle a Alicia lo que había sucedido pero, inmediatamente, se dio cuenta que estaba dormida, últimamente le sucedía con frecuencia, se dormía mientras se cepillaba los dientes o le contaba el nuevo artículo en el que estaba trabajando. A pesar de lo feliz y tranquila que parecía, decidió despertarla, antes le pasó la mano por la mejilla mientras le acariciaba la tripa y le susurraba al oído.
-Alicia… La comida ya está lista.
Ella se incorporó y vio que Fernando había preparado la mesilla del salón para comer, no tendría que moverse, dejó espacio para que él se sentase y empezaron a comer. Cuando terminaron, Alicia quiso ayudar a Fernando a recoger, él se lo permitió a regañadientes, no quería que se cansase innecesariamente.
Eran las cinco de la tarde, los dos estaban preparados para salir, pero Fernando quiso comprobar que iba bien abrigada, que no pasaría frío.
-Fernando… Vale ya, no es necesario; voy muy abrigada, no pasaré frío, y si lo paso… ¡Te lo diré inmediatamente para que como buen caballero me ofrezcas tu abrigo!
-¡Así que por eso eres tan despreocupada! Porque yo estaré atento al mínimo síntoma de frío…
Alicia sonrío divertida, le besó y se dirigió a la puerta, Fernando puso gesto de resignación y la siguió.
-Venga vamos, que al final va a anochecer antes de que salgamos de casa.
Habían recorrido algunas calles, Fernando estaba intrigado, Alicia no parecía tener ningún rumbo fijo y era raro, porque él pensaba que si habían salido esa tarde era por algo. Paseaban cogidos de la mano, Alicia acababa de recordar el momento en el que en el piso franco tomaron el chocolate y se había imaginado con Fernando paseando por las orillas del Sena, la humedad del río… Sonrió ante aquel recuerdo.
-¿Y esa sonrisa? A ver, ¿de qué te has acordado?
-¿Tan transparente soy? –le dio un tierno beso en la mejilla- Estaba recordando cuando preparé el chocolate caliente en el piso franco, cuando escuchamos música y me imaginé contigo paseando cerca del Sena…

-Sí, un chocolate que se quedó frío porque tardamos en tomarlo… -la besó recordando aquellos besos que se dieron hacía mucho tiempo- Entonces, me debes un chocolate ¿no?
-¿Cómo que te lo debo yo? Me lo deberás tú a mí, ¡aquel lo preparé yo!
-Bueno, bueno, está bien señorita Peña, te debo un chocolate… ¿Lo tomamos ahora? ¿O tienes algún plan?
Fernando la miraba con suspicacia, estaba esperando que desvelase qué estaba tramando; ¿habría llegado el momento?
-No, ningún plan mejor que tomar un chocolate contigo…
Fernando empezaba a pensar si su instinto le estaría fallando, pero no, no podía ser; Alicia llevaba días rara, aunque estaba claro que no era nada grave porque ella estaba igual que siempre. Sí le veía un brillo especial en la mirada, pensó que quizás estaba preparando alguna sorpresa, no iban a tener secretos, pero sí sorpresas como cuando él estuvo días fabricando la cuna. Fueron caminando hasta una pastelería, las calles a esas horas estaban muy transitadas, Fernando llevaba a Alicia agarrada hacia su costado y le subió la solapa del abrigo, las farolas habían empezado a encenderse contrastando con las últimas luces del día, los sonidos de los vendedores ambulantes se mezclaban con sus charlas. Cuando caminaban en silencio, al ir tan cerca, llevaban acompasadas las respiraciones, Fernando rebajó el paso, se dio cuenta que caminaba mucho más deprisa que Alicia, el viento hacía que el vestido se balancease por debajo del abrigo. El embarazo hacía que su olfato se agudizara y notaba el aroma a madera del licor que Fernando había tomado después de comer. Cuando llegaron, Fernando abrió la puerta y cedió el paso a Alicia, al entrar, la ráfaga de los diferentes olores la embriagaron, podía distinguir el olor a la mantequilla de los croaissant, del pastel de queso o, incluso, el de los brioches recién hechos. Se sentaron, pidieron dos chocolates calientes y Alicia pidió un brioche. Cuando la camarera les sirvió, Alicia cogió la taza entre las manos, aunque había salido muy abrigada, no se acostumbraba al frío parisino, en Madrid el frío era muy distinto, hacía tantos años que había dejado París que había olvidado la humedad. Mientras removía la cucharilla en el chocolate recordó que tan importantes eran esos momentos cómo aquellos trocitos de felicidad que formaban parte de su historia. Se fijó, por un segundo, en Fernando, la forma de moverse, de beber de la taza o partir un trozo de su brioche, ya no había ningún gesto que denotara duda o nerviosismo, volvía a ser el hombre que controlaba las situaciones.
-¿Sabes? Me había olvidado de muchas cosas de París, hacía tantos años que no estaba aquí… No sé, pequeños detalles, su clima húmedo, las calles, la gente, los jardines… - Fernando se quedó mirándola mientras le tocaba la cara, por suerte la calefacción había hecho posible olvidarse del frío, había colocado los abrigos y el bolso de Alicia en una silla junto a ellos, decidió que al pagar aprovecharía para llevarse una bandeja para desayunar- ¿Crees que me pasará eso con Madrid?
-Es posible… La distancia y el tiempo hacen que los detalles se diluyan; las cosas cambian, bueno, sin ir más lejos, ¡la Plaza de los Frutos estaba totalmente distinta! –ambos sonrieron ante el recuerdo del lugar donde se conocieron, de los amigos que allí habían hecho, los que ya no estaban, los que habían dejado allí…- Pero, aunque no cambien, nuestra memoria sí los hace cambiar, olvidamos cosas, idealizamos otras, recordamos algunas… Te prometo que algún día volveremos, las cosas tienen que cambiar…
Alicia le cogió la mano fuerte, sabía que hablar de Madrid le recordaba la lucha, la derrota, el exilio…
-Sí, volveremos… Pero ahora estamos aquí, podemos disfrutar juntos de París y no quiero que pensemos cosas tristes…
Fernando acercó su silla a la de ella, la besó durante un instante bastante largo.
-Fernando… Estamos en una cafetería, creo que deberíamos moderarnos un poquito…
-¡No sabía que fueras tan remilgada! –soltó una carcajada- De acuerdo, seré formal…
Alicia rio también, le gustaba mucho la manera que Fernando tenía para intentar dejar la melancolía a un lado; nunca dejaría de tener pensamientos tristes, pero siempre encontraría la forma de sacar cualquier otro tema o comentario con el que hacerla reír. Estuvieron cerca de dos horas en la cafetería, hablaron de muchas cosas; entre ellas la infancia de cada uno. Fernando descubrió que cuando tenía 10 años, durante la guerra, ella quiso ir al frente, durante la guerra civil había oído historias de milicianas y cuando estaban en Francia ella quiso luchar contra los nazis, su padre le dijo que no podía ser porque era cosa de hombres, como ella no lo aceptó, su padre le había dicho que allí no podría llevarse sus muñecas. Para sorpresa de Fernando, la historia acababa con una Alicia empaquetando sus muñecas, tirándolas a la basura y diciendo si ya se podía ir a la guerra. Fernando se la había imaginado perfectamente, incluso sonrió pensando lo mucho que tuvo que bregar su padre con ese espíritu rebelde que tenía y pensó si ellos tendrían que lidiar también con el espíritu rebelde que su hijo tendría como se pareciese a cualquiera de los dos.
-¡Joder! Sí que apuntabas maneras con solo 10 años…
Ambos rieron, Alicia hacía mucho que no recordaba esa historia, volver a París le había hecho recordar muchas anécdotas que su padre le contaba. Alicia, por su parte, descubrió que cuando Fernando tenía cinco o seis años, su curiosidad era muy grande, tanto, que un día de verano, cuando su madre estaba haciendo la comida, él descubrió una pequeña casa cuya ventana daba al ras de la acera, desde donde estaba no podía entrar, pero él no se desanimó. Se acercó poco a poco, con cuidado, pensó en la suerte que tenía por haber encontrado una ventana abierta, que le quedaba a la altura de los pies, se agachó para intentar mirar qué había dentro, puso tanto empeño en terminar su descubrimiento que rodó por la ventana y cayó al suelo de aquella habitación. Fernando recordaba que no se había hecho daño, pero sí estaba asustado porque había entrado en una casa de alguien que no conocía, el resultado de aquella pequeña aventura nunca había estado nada claro en su memoria, pero su madre le contó que había salido poco a poco de la habitación, que quiso salir de esa casa sin que nadie le viese y echar a correr, pero una chica joven, a la que conocían de vista, le descubrió. Le miró divertida hasta que vio que tenía sangre en una de las piernas, quiso acercarse para ver si era grave pero él se echó para atrás con la mirada desafiante, calculó qué pasaría si la esquivaba y echaba a correr y así lo hizo. No paró hasta que llegó a casa, al verle entrar, su madre se preocupó, le curó la herida e intentó que le contase de dónde venía… Él no quería decir nada, se sentía avergonzado por el resultado de su expedición, solo era una casa, sin más misterio, y a él le habían descubierto…
-Mi madre no paró hasta que me sonsacó algo… No te pienses, no pensaba reconocer que tenía el orgullo herido… ¿Ves? De ese momento me acuerdo como si fuese hoy –Alicia le miraba enternecida- Ella me dejó por imposible, tenía bien la pierna y si me pasaba algo ya soltaría prenda. No tuve que hacerlo, aquella chica… Manuela creo que se llamaba, vino a mi casa, durante la caída se me había caído del bolsillo un cuaderno en el que practicaba la caligrafía y ella quiso devolvérmelo… Si llegas a ver mi cara roja como un tomate… ¡Mi primera misión como espía fue un desastre!
Mientras intercambiaban confidencias sobre las travesuras y dolores de cabeza que habían causado siendo niños, la cafetería seguía en plena ebullición, unos clientes salían y otros entraban, como tantas otras veces, parecía que estuviesen ellos solos. Alicia, de vez en cuando, tocaba el bolso cómo esperando que su secreto fuera a rebelarse saliendo directo a la mesa, en un momento dado usó esa misma mano para peinarle el mechón rebelde que tenía Fernando en la cara.
-¿Crees que nuestro hijo nos hará pasar por alguna travesura de esas?
Fernando la acarició el pelo, no lo creía, estaba seguro.
-Los niños son niños, tienen que hacer esas cosas… Los padres tenemos que preocuparnos, pero a la vez habrá que dejarle crecer ¿no? Aunque te aseguro que seré el primero en preocuparme ante el primer atisbo de rebeldía, de carácter o travesura que tenga…
Alicia lo sabía, para Fernando sería todo un desafío dejar crecer a su hijo, dejar de preocuparse poco a poco porque iba creciendo y tenía que tener más responsabilidades.
-¿Seremos buenos padres?
-Alicia, tú serás la mejor madre del mundo, no tengo ninguna duda; y te advierto que tendrás que tener paciencia conmigo, me voy a preocupar por cualquier cosa, si llora mucho, si no llora, si come mucho, si no come…
-Vamos, que tendré dos hijos…
-¡Exagerada! –Fernando se rio ante ese comentario pero no estaba seguro que no fuese verdad- Bueno, deberíamos irnos ¿no? Ya es tarde… Vete abrigándote que voy a pagar.
Fernando se levantó mientras le besaba el pelo y cogía la cartera, pagó y recogió la bandeja de brioche, cuando Alicia le vio llegar sonrió ante ese pequeño detalle. Mientras Fernando pagaba le costó incorporarse pero tuvo suerte de que tardara poco y pudiera ayudarle a ponerse el abrigo, tomó el bolso mientras él se abrochaba y colocaba la bufanda, estaba mucho más nerviosa de lo que pudiera admitir.
Salieron a la calle, el frío había aumentado aunque Alicia no pensaba reconocerlo, no quería que Fernando se empeñase en volver a casa.
-¿Sabes lo que me apetece? Dar un paseo por los Jardines de Luxemburgo…
-¿Qué? –la miró muy sorprendido- Si estarán a punto de cerrar; está anocheciendo ya, hace frío… ¿No podríamos dejar ese paseo para mañana? Podríamos ir antes de comer…
-Pero a mí me apetecía ir ahora… -no era su intención, pero el tono de su voz y su gesto eran infantiles, como de niña que quería conseguir algo… Sin poderlo evitar, se recordó a si misma cuando le decía a Fernando en el piso franco que no le gustaba nada su corte de pelo, pero decía que sí para no tener que escucharla, sonrió- Venga, anda, que estamos a dos pasos y si tardamos más sí que van a cerrar.
Fernando negó con la cabeza, no podía creerse que fuese incapaz de negarle algo, le cogió la mano, en la otra llevaba los brioches, y empezaron a caminar. El camino hacia los Jardines de Luxemburgo podían hacerlo con los ojos cerrados, de hecho, era muy raro el día que, fueran dónde fueran, estuvieran dónde estuvieran, no terminasen allí. Cuando llegaron, Fernando se rio, quedaban apenas 15 minutos para que cerrasen, aun así, Alicia se empeñó en pasear esos 15 minutos.

-Fernando… Sé que sabes que algo pasa… Hoy para mí era un día especial, y quería acabarlo aquí –miró a su alrededor, el suelo estaba lleno de hojas marrones que parecerían totalmente negras si no fuese por los reflejos de la luna, la noche estaba cayendo en París y parecía que eran los únicos habitantes de esa ciudad, Fernando solo la miraba a ella, el brillo de sus ojos le pareció más especial que nunca- Llevamos unos cinco meses juntos, y te aseguro que nunca había sido tan feliz… Bueno, supongo que en una parte sí, aquellos días del piso franco… Pero aquella Alicia soñaba, todo parecía tan bonito… La realidad me bajó de las nubes, durante años he echado de menos las cosas más simples, tus gestos, esa forma en que me mirabas cuando ni tú mismo te creías que lo estuviésemos viviendo, esa manera en que intentabas que no me preocupase por las circunstancias, la manera en que me besabas la mano… No sé, esas pequeñas cosas que hacen que conozcas a las personas. Estos meses he recuperado todos esos detalles, incluso algunos que ni recordaba, cómo la arruguita que se te pone aquí –le tocó entre las cejas- cada vez que te concentras en hacer algo… Y eso es lo que quiero para el resto de mi vida, y sé que tú también… Fernando, quiero pedirte algo.
-Adelante, soy todo oídos…
Abrió el bolso, tardó en dar con el bolsillo escondido, sacó la cajita torpemente y la alzó como símbolo de triunfo; Fernando seguía sin entender nada, solo podía mirar esa mirada ilusionada, esas lágrimas que no dejaba salir pero que estaban ahí como seña de la emoción que vivía en ese momento.
-Fernando, quiero casarme contigo… -se quedó sin palabras- No creas que es una trampa, o algo así, no es por tenerte atado, no necesito un papel para saber que somos uno, que esto es real… Quiero ser la señora de Solís y que tú seas el señor de Peña, bueno, aunque legalmente tenga que ser la señora de Esquivel, pero sabes a lo que me refiero… Quiero que nos casemos, que le contemos al mundo que somos uno… -le miró a los ojos, nunca había visto sus ojos con tanta expresión, él sí había dejado salir las lágrimas- Bueno… ¿Qué dices? Si es que no, puedes decirlo, no te voy a comer…
Mientras Alicia sacaba el estuche Fernando pudo darse cuenta que le temblaba la mano, sin embargo, mientras realizaba su proposición fue Fernando quién dejó de sentir ese frío húmedo que se filtraba en los huesos, le sudaban las palmas, siempre que le sucedía eso -y era habitual enfrentándose a Alicia- optaba por meterse las manos en los bolsillos. Para él quedaría el ligero temblor de rodillas, incluso todos los recuerdos de ese día en el que la vida tuvo que obligarle a pedirle a la mujer de su vida que se casara con otro, igual que dejaría el secreto oculto de las veces que había pensado en unir su vida, de esa forma, a Alicia. Pensó que sería el típico secreto para compartir con su hijo. Por un momento se quedó mirándola y guardando ese momento, el brillo de sus ojos, la forma de sonreír abiertamente, esa forma tan suya de llorar sin derramar una lágrima...
-Alicia, sabes muy bien que nunca te diría que no –la besó muy emocionado, no podía creerse lo que acababa de hacer Alicia- Te amo, lo sabes, amo cada gesto tuyo, cada detalle, tu carácter, esa arruga de la nariz cuando algo no te gusta… Alicia, quiero casarme contigo.
Alicia abrió la cajita, sacó dos alianzas iguales, eran finas, de oro blanco, con las letras A y F por fuera, como si fuese una decoración, y por dentro grabado Alicia y Fernando Siempre. Le dejó a Fernando uno de los anillos para que viese la grabación, él no podía hablar, no eran nada convencionales, le parecían perfectos.
-No has puesto la fecha… -hasta eso le gustaba, su fecha era “siempre”- Me encantan.
Alicia le puso a Fernando su alianza, quería hacerlo primero ella, había acertado con la talla del anillo, Fernando alzó la mano mirando el dedo, se sintió bien con la alianza puesta. Él también le puso a Alicia su alianza, pero se tomó su tiempo, muy poco a poco encajó la alianza en su dedo mientras la miraba a los ojos y le susurraba “te amo”.
Alicia pasó del nerviosismo a la emoción en décimas de segundo, en ese momento, le hubiera gustado no ser más que una chiquilla y subirse a un banco gritando a todo París que iba a casarse con el hombre que amaba, pero era bastante complicado por el estado avanzado de embarazo. Mentalmente ya se veía en el Ayuntamiento de París guapísima, firmando el papel más importante de su vida y sabiendo que ya, en ese momento, estarían acompañados por su hijo. La conversación en la cafetería le había recordado mucho a su padre y se dio cuenta de la forma tan diferente en la que le echaba de menos, en cómo seguía estando, de alguna forma, siempre con ella.
Se abrazaron, Alicia no pensó en su barriga, fue Fernando el que la frenó cuando ella iba a abrazarle sin reparar en tener cuidado. Estuvieron unos minutos así, abrazados, sintiendo las patadas de su hijo, hasta que oyeron unos pasos, Fernando miró atrás, iban a cerrar y venían a decírselo. No quería que nadie les hablase en ese momento, hizo un gesto con la mano al guardia y empezaron a andar despacio pero seguros; Fernando la atrajo hacia sí, la agarró por el hombro, como si no quisiera dejar distancia entre ellos. No hablaron hasta que ya estuvieron alejados de los Jardines, cada vez que paseasen por ellos, recordarían ese momento, no hablaron de nada más para quedarse con esa sensación.
-Alicia… ¿Sabes que no podremos casarnos? Al menos de momento… Tu matrimonio con…
-Nada, Fernando, eso es mi matrimonio, nada… Lo es hace tiempo, de hecho, lo fue siempre; pero ahora también legalmente. Hace dos días llegó la notificación de la nulidad.
-Claro, ya sabía yo que llevabas dos días muy rara… Debería haber sido yo quien te lo pidiese…
-¡Vaya! ¿Ahora el señor Solís se pone tradicional? Porque te advierto que no te pega nada…
Fernando se echó a reír, era cierto, no le pegaba nada.
-No es eso, Alicia… Pero pensar en los momentos de preparación, esa adrenalina mientras preparas una sorpresa que esperas que guste, los momentos en que están a punto de descubrirte y sales airoso con alguna excusa… Cuando preparaba la cuna, tenía una historia preparada para justificar las heridas en mis manos –Alicia le miró divertida-, en fin, ese tipo de cosas mientras preparas una sorpresa.
-Pues tendrás que acostumbrarte, Fernando… He descubierto que a mí también me encantan los preparativos…
Sonrieron felices mientras siguieron caminando. Cuando llegaron a casa Alicia se dejó mimar por Fernando, realmente estaba cansada física y mentalmente, las emociones hacían que la adrenalina estuviera descendiendo. Mientras preparaba la cena al compás de Piaf y el vino se dio cuenta que al final, después de todas las veces que lo había dicho, iba a casarse, por fin, con una francesa. Sonrió mientras llamaba a Alicia, ésta llegó con su pijama y bata nueva, una sola zapatilla y la pluma que estaba usando, le ofreció la mano para que bailara con él esa canción que tarareaba a todas horas.
____________________________________________________________
**Capítulo escrito por Iles y Noa, sin una de las dos partes, el relato no quedaría igual porque le faltaría parte de la escencia de los personajes!!

 
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